sábado, 12 de septiembre de 2009

MIGUEL ANGEL AVILA ALDAZ


Hola compañeros, trataré de describir lo que ha sido de mi vida en este mundo de cambios tan voraginosos. Iniciaré escribiendo que nací en El Refugio de Tala, Jalisco, en una noche llena de la mejor luna del año, la de Octubre, cursé mi primaria en la misma comunidad y la secundaria en Ahualulco del Mercado, donde tuve la fortuna de conocer a las hermanas Lepe Nuño, luego legué así como ustedes a nuestra Alma Mater, el CREN de Cd. Guzmán.
Ahí en la Normal, estuve en los grupos del “A” en 1°,  luego en el 2° “B”,  en el 3° “F” y en 4° nuevamente regresé al “B”, mi nombre, claro mi nombre es Miguel Ángel Ávila Aldaz, mejor conocido como ALDAZ, creo que, porque era y es muy escaso este apellido.
Recuerdo esas tardes en las sombras de los arboles del Jardín del Rico, donde me extasiaba leyendo o simplemente contemplando el trinar de los pajarillos, así como también los recorridos a la Peña o subir corriendo el cerro hasta llegar al bosque y llenarme de esos parajes tan llenos de vida.
En el cuarto año hice mi servicio social en Tamazula de Gordiano, con primer grado y la verdad me sentí realizado al observar que los pequeños podían hacer lo que les invitaba a realizar. Fue un tiempo que lo tome como una aventura, y de donde aprendí mucho del director de esa escuela, su nombre es o era Rutilio Mendicuti Tus, por cierto era cuñado de José García compañero de Generación.
Mis primeros tres años de trabajo fueron en Jilotlán de los Dolores, y vaya que eran dolores de cabeza tan sólo el llegar a la cabecera municipal. Me gusta comentar que hice desde mi tierra natal,  hasta mi primer lugar de asignación, tres días, si tres largos días y regresarme me llevó tan sólo 14 horas.
Cómo  fue eso?, pues, salí un domingo de El Refugio, ese mismo día llegue a Tecalitlán a muy buen ahora, pero ya no había camión  sino hasta el siguiente día, así que me dirigí al pequeño hotel del lugar, ¡oh sorpresa! Ahí estaban varios de los compañeros recién egresados del CREN, mismos que al día siguiente haríamos el viaje rumbo a Jilotlán.
El Lunes, ya prestos para abordar el camión, nos damos cuenta que no había tal, sino una famosa camioneta a la que apodaban “La del correo”, pues era la misma que llevaba las misivas hacia aquella región. Al querer abordarla nos dice el conductor que sólo las mujeres podrían ir adentro los hombres iríamos arriba en la canastilla, imaginen un promedio de seis horas montados en una barras de acero, pero no fue eso lo peor, sino que en un lugar llamado Las Animas subió otro pasajero, el cual inició una conversación que nos llenó de angustia, pues empezó a preguntar, que quiénes éramos y a dónde íbamos? A lo que respondió J. J. Martín Camacho Morfín, voy a La Palmita,  ¡A quién mató!, respondió el Sr., luego responde Fernando Caro De León, yo voy al Soyatal,  -Oiga mi amigo se me hace que usted mató a varios. A esta altura de la plática, estaba yo angustiadísimo por preguntar dónde estaba el lugar a donde iba a prestar mi servicio,  me animé y le dije, señor, dónde queda Corongoros?,  me miró muy fijamente y me contesta, a usted sí que se la partieron, si ellos van lejos a usted lo mandaron hasta el otro lado, ¿pues qué hizo? Ya han de saber el silencio que se hizo en ese momento, todos íbamos muy pensativos y angustiados. El primer compañero que se bajó de la camioneta fue Blas, en un lugar fresco y hermoso lleno de pinos y arroyos.
Una hora después llegamos a Jilotlán, y como ya era tarde para ir a las otras comunidades tuvimos que quedarnos a dormir ahí, en un pequeñísimo hotel, donde lo mejor era Ro… la hija del dueño tanto del hotel como de la farmacia del mismo nombre que la susodicha.
Al tercer día proseguimos nuestro camino, veía cómo se iban quedando mis compañeros en los diferentes pueblitos o más bien caseríos por donde pasaba nuestro transporte, en el lugar donde se quedaron casi la mayoría era en San Francisco (segunda población en importancia) no porque se fueran a quedar ahí, sino que de ahí partirían hacia su destino y lo tendrían que hacer caminando.
Pues continué sólo y mi alma, otras dos o tres horas más, hasta que llegamos a un pueblo llamado “Tepequi” o Telpalcatepec, en Michoacán. En ese lugar pregunté que como se llegaba a Corongoros, a lo que tuve que esperar como dos horas para que saliera la única camioneta rumbo a Santa Ana,  y ésta me iba a dejar muy cerca del poblado.
Hasta este punto no había visto desde que dejamos Tecalitlán  una carretera asfaltada, todo el camino había sido de terracería (si es que había). La camioneta emprendió su camino hacia Santa Ana y como a 13 km. Se detuvo en medio de la nada,  el chofer un poco enfadado por la calor me dijo, este es el crucero no dejes el camino y llegarás a Corongoros; después de dar las gracias y de pagar el favor, porque todos cobraban, empecé a caminar por un lugar lleno de fango, un lodo chicloso, pegajoso, pero ni modo, a caminar, bajo un sol quemante, con un calor tremendo (esa región es parte de la depresión del Balsas)  y cargado con dos mochilas. Después de caminar dos horas y media, y no encontrar una sola alma, llegué por fin a mi destino un paradisíaco lugar lleno de vegetación tipo selvática, con árboles  llamados Corongoros, de ahí el nombre del lugar.
Así es como llegué a trabajar como docente, en un lugar hermoso y de gratos recuerdos, que en otra ocasión les contaré, por qué fue que sí hice tres días para llegar, sólo me bastó un promedio de 13 a 14 horas para regresar, y cómo fue mi primera noche en este paradisíaco lugar…
Hasta pronto.
SSS
Miguel Ángel Ávila ALDAZ 

1 comentario:

Hernández dijo...

Recuerdo muy bien a este güerito del Refugio de Orendáin. Vivimos juntos en primer grado allá por la calle Juárez, en la casa de un señor carpintero al que le decíamos "Don Wayno", cerca del Jardín del Rico. Se me hacía muy gracioso su acento ranchero y su tiple serrano muy marcado. Lo que más me gustaba de él es la cantidad de pantalones nuevos que tenía, mismos que alguna vez estrené sin su permiso, pues éramos de la misma talla. Te envía un fuerte abrazo desde Tecomán, Col., tu amigo José Luis Hernández Chávez.